Esa mañana ella soñó despertar. Miró el despertador (tal vez) y se percató que tenía unos cuantos minutos para gastarlos pegando su oreja en la almohada. Alguna fuerza sobrenatural la impulsó fuera de la cama casi inconcientemente, fuerza que la dispuso a tomar su ducha matutina.
Llegó al baño. Ana, su compañera de casa, se había llevado el sanitario, la regadera y el lavamanos a su recámara. El baño era sólo un cuarto solo. Ella torció su boca hacia un lado con gesto de inconformidad automáticamente aceptada y olvidada, pensó esperar a que termine.
Se dió la vuelta y regresó a donde debía haberse quedado desde el inicio y durmió.
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